Desventajas de llamarte raro
Obra: Esteban Sandri
No importa qué tan creativos
hayan sido los padres en buscar un nombre, o lo extraño del apellido, siempre
existirán dificultades para pronunciarlo/escribirlo/deletrearlo o cualquier
situación en la vida cotidiana. Los libros tipo: “1001 nombres para bebés” no
están en la biblioteca familiar, pero eso implica una situación de vida muy
peculiar: hartarse de repetir cada ocasión cuando pregunten “¿cómo te
llamas/apellidas?”
Primero, los apellidos son
condenas perpetuas a muerte, pues es una palabra que no se puede retirar o
cambiar (bueno, sí es posible, pero acarrearía problemas familiares, trámites
burocráticos y esas cosas, así que partiremos de la tesis primera). Cada
maldita ocasión cuando preguntan un apellido, y es algo raro, se batalla a
muerte con la comprensión de escucha de la gente, mientras, delicadamente, se repite
una y otra vez hasta el hartazgo para la escritura adecuada.
Mi caso es ese. Mi apellido
materno es Yeo. Sí, tres letras. Dos vocales y una consonante. Se preguntarán
(creo) “¿cuál es el problema?, es un apellido corto”… Pues es enorme el aprieto
en el cual se mete la gente al escucharlo. La pregunta más frecuente luego de
que las ondas sonoras emitidas por mi boca llegan a los oídos del otro es:
“¿cómo?”. La siguiente, porque obviamente no lograron escribirlo, es: “¿puedes
repetirlo?”. Si es muy lúcido lo escribe, sin embargo, muy frecuentemente yo
termino escuchando la siguiente pregunta: “¿puedes deletrearlo?”. Sí, así es mi
vida.
Llevo un quinto de siglo repitiendo,
más de tres veces, mi apellido cuando me
lo preguntan. Algunas veces hacen como que le entendieron, pero a la siguiente
llamada escucho un tímido geo, o yio y, en casos extremos, Diego. No
entiendo cómo logran agregar letras y formar el nombre de Diego en un apellido
tan simple.
Y sí, así como confunden y
se dificultan la vida con los apellidos, también los nombres de pila entran en
esta queja/sugerencia hacia la sociedad. No los culpo, porque a todos nos pasa,
pero no tan recurrentemente.
Mi nombre es muy sencillo,
con ese no hay problema (creo que por eso me llaman así en la escuela, para no
complicarse con el apellido), pero un amigo siempre tiene el mismo lío que yo
con mi apellido.
Él se llama Cosi Jopi (no
son dos nombres, es uno separado), significa “fuerte ráfaga de viento”. Es de
origen zapoteco. Tiene un bello trasfondo. Cosijopi/Cocijopi fue el único rey zapoteco
de Tehuantepec hasta la llegada de los españoles. ¿Ven?, sus padres sabían lo
deseado para nombrar a su hijo, pero eso no le importa a la sociedad, quienes
se complican la vida intentando descifrar su nombre.
De igual manera, su vida se
ha visto perjudicada por todas las personas que preguntan “¿Cosi qué?” Siempre
tiene que repetir en mil y una ocasiones su nombre, y reír incómodamente para
que parezca gracioso el error o la burla. Y así, en cada uno de los salones,
con toda la gente, le pasa lo mismo. La complejidad de un nombre ajeno a
nuestra cultura (¿o no?) se hace presente en la falta de léxico y el grave
problema de dicción.
Así nos tocó vivir,
diría Cristina Pacheco. En un lugar donde nuestros nombres y apellidos “raros”
no encajan a la primera. Donde es más probable que elijan otro nombre o
apellido para llamarte, o te inventen un apodo que te dejará marcado de por
vida. Está padre tener un apellido o nombre fuera de lo común, pero siempre hay
más desventajas de llamarte raro.
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