El abrazo
No
había pasado nada fuera de lo común. Ambos asistieron a sus respectivos trabajos y regresaron en la tarde. Comieron juntos, pasaron un
bello día viendo películas, riendo y amándose hasta el cansancio.
Llegó la hora de
dormir, ella estaba un poco asustada porque la última película que vieron fue
de terror. Al recostarse, él la sintió un tanto inquieta, por lo que la abrazó
y le dijo al oído
—tranquila, estaré para ti hasta el día en que muera
—de una manera tan tierna y delicada que ella se sintió cobijada y llena de amor, como nunca antes lo había hecho. Fue el abrazo más cálido que había envuelto su cuerpo, se tranquilizó porque estaba entre los brazos de su amor eterno y, como él le había dicho antes de dormir, estarían juntos hasta el final de sus días.
—tranquila, estaré para ti hasta el día en que muera
—de una manera tan tierna y delicada que ella se sintió cobijada y llena de amor, como nunca antes lo había hecho. Fue el abrazo más cálido que había envuelto su cuerpo, se tranquilizó porque estaba entre los brazos de su amor eterno y, como él le había dicho antes de dormir, estarían juntos hasta el final de sus días.
A
las 3 de la mañana ella despertó agitada, prácticamente llorando y con un grito
ahogado por una pesadilla. Al abrir los ojos, recordó que estaba en su casa, en
la cama junto a su amado y, lo mejor de todo, él aún la seguía abrazando, a
pesar de que ya llevaban más de 5 horas dormidos. Sin ningún movimiento,
mantenían la posición inicial de su sueño. Ella no quiso despertarlo y sólo
sintió, de nuevo, aquel tierno abrazo interminable para volver a soñar con el
amor que le provocaba la persona de junto, su amado.
Ella
despertó con el sol en la cara, una sonrisa decoraba su rostro terso, pues
había pasado una de las mejores noches de su vida, y la más cálida, ya que
siempre estuvo entre los brazos de aquel sujeto que nombraba “amor”. Ella, al
no querer despertarlo, simplemente se acurrucó de nuevo entre sus brazos y
decidió admirar su belleza, pero pronto sintió pesadez en los parpados, como si
arena fuera cayendo de a poco para lograr cerrarlos de nuevo.
Antes
de poder volver a cerrar los ojos por completo, algo la estremeció. Ese sexto
sentido que mucha gente tiene cuando algo anda mal. Sin importar aquel abrazo
que duró toda la noche, y que en la madrugada hizo que olvidara su pesadilla,
esos brazos, ahora que estaba totalmente despierta, se sentían raros, no se
podía quitar las extremidades de su amado de encima, era como si él la tuviera
sujeta para nunca dejarla ir. La ternura se había ido.
Tal
era fuerza por la que estaba ella sostenida entre los brazos que decidió
hablarle y despertarlo, pero él no reaccionaba, no decía nada y mucho menos
abría los ojos; ella seguía entre apretada por esas tenazas humanas. Él ya no
despertó, ni siquiera por el desesperar de la mujer que amó siempre.
Cómo
no seguir en ese abrazo interminable, ese que comenzó siendo cálido, con
sonrisas, con amor, para luego convertirse en algo frío, incómodo, inhumano.
Cómo no seguir en ese abrazo interminable, si era el abrazo del rigor mortis.
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