Entrevista a un organillero
"Cualquiera
puede tocarlo pero no cargarlo"
El organillo, instrumento musical hecho
de madera con unos pocos remaches de metal, llegó a México durante el
Porfiriato, en 1884. Oriundo de Alemania, se comenzó a ver en las calles de las
ciudades del país para musicalizarlas y otorgarles otro sentido. Poco a poco
fueron tomando fuerza las canciones que salían de aquellos afinadores de
madera, para así convertirse en un sonido típico.
—Cualquiera puede tocar el organillo, pero no cualquiera
puede cargarlo —dijo Odilón Jardines Ramírez de 53 años, químico farmacéutico
de profesión pero organillero de vocación y de corazón.
Hombre de
aproximadamente un metro ochenta de estatura, piel morena y con arrugas que
demuestran una vida llena de experiencias. En su rostro se escurren gotas de
sudor por el tiempo en las calles y el clima tan caluroso que no le favorece. Porta
unas gafas oscuras para proteger sus ojos del sol y que a la vez no permite
verlos, un paliacate beige en el cuello para secar la frente y una sonrisa de
oreja a oreja que se hace más notable cuando le agradece a cada persona que se
acerca a él para regalarle una moneda.
—Toda mi familia ha sido de organilleros. Mi padre y mis tres
hermanas tocan este instrumento, así que yo también comencé a hacerlo. Llevo 25
años en esta profesión y, aunque mi papá no quería que nadie de la familia
fuera organillero, yo decidí serlo.
La casa instrumental ‘Wagner
& Levien’ fue la primera en pisar tierras mexicanas con los organillos en
1884. Con el paso del tiempo se fueron esparciendo por todo el territorio en
aquella época. Muchos continúan sobreviviendo hasta la fecha; algunos se encuentran
en manos de coleccionistas; y otros vagan por las calles del país.
—Mi organillo llegó de Alemania en 1960. Estuvo en manos de
mi padre y él me lo dio a mí. Pesa 38 kilos. Lo cargo los 365 días del año. De
ocho de la mañana a ocho de la noche me la paso en el Zócalo (de la Ciudad de
México) amenizándolo con la música del organillo.
“No cualquiera puede tener uno. En estos momentos llegan
costar más de 10 mil euros, es por eso que no decimos su valor.”
La música proveniente
de aquellas cajas de madera sostenidas por un hombre o una mujer por las calles
de la Ciudad de México, se volvió típica. Es un sonido inconfundible que en
cuanto es escuchado, se sabe llegado a nuestros oídos de la mano de esas
personas vestidas de color beige, vagantes en las calles México investidas por
el manto de la tradición.
—El organillo viene con un cilindro metálico grabado con ocho
canciones, éste se reproduce al girar la manivela. Cada organillero debe saber
qué canciones tiene, porque si se requiere un cilindro nuevo, el costo es de
3500 dólares en Latinoamérica.
La Unión de
Organilleros del Distrito Federal y la República Mexicana es la asociación que
tiene a cargo a los más de 500 trabajadores en el país. Además, se encarga de
conseguir instrumentos nuevos y gente para reparar los dañados, pues no es
tarea de cualquier persona.
—Muchas familias son las que viven de tocarlo. Los fines de
semana trabajan estudiantes y amas de casa que quieren sacar un poco más de
dinero. De lo obtenido en todo el día, nosotros nos quedamos con el 30%, el
resto se lo damos a la Unión.
“Mucha gente renta el instrumento. El precio varía según la
familia que lo rente, pero está entre los 50 y los 200 pesos, aunque no se lo
rentan a cualquiera, debe ser a un familiar o a alguien de mucha confianza, así
se evitan robos.”
Esta tradición
sobrevivió a la Revolución Mexicana, por eso, muchos son los significados que
lleva consigo el organillero, pues fue una etapa que marcó la historia de
nuestro país, de su población y de los encargados de tocar el organillo.
—Gracias a que mi bisabuelo fue uno de los fundadores de la
Unión, te puedo contar un poco la historia. Por ejemplo: los uniformes hacen
alusión a los Dorados de Villa (escolta del revolucionario Pancho Villa);
también es un distintivo pedido por el gobierno para distinguirnos de las demás
personas.
Dentro de la tradición
arrastrada por este instrumento, hay historias
de la gente que lo toca, anécdotas frescas en la memoria y que, como a Odilón
Jardines, les dan ánimos de salir cada día a las calles de la ciudad para poder
crear más.
—Muchas veces me he encontrado con personas que conocí de
niños. Ellos me dicen: “Yo a usted le di una moneda cuando estaba chico, ahora traigo
a mi hijo para que lo conozca”. Eso lo mantiene vivo a uno, eso me gusta de
estar en la calle y tocar este bello instrumento.
“En otra ocasión, una persona mayor, como de 70 años, me dijo
que sus abuelos se enamoraron con las melodías de un organillo. ¿Te imaginas lo
bonito que sentí cuando me lo dijo?, es algo incomparable.
A pesar de los
altibajos que ha tenido esta profesión, la gente sigue dando dinero y apoyando
a estas personas dedicadas todo el día a tocar este instrumento típico de
México.
—La gente todavía no pierde el gusto por el
organillo, pero sí hay temporadas en las que las personas casi no dan dinero, o
no salen los trabajadores. La tecnología impide a los organilleros un avance,
pues no podemos sacar discos como lo hacen los artistas actuales, sin embargo
es preferible que se mantenga la tradición de salir a tocar el instrumento de
madera a las calles.
“Lo
que yo hago para mantenerla viva es trabajar. Mientras trabaje y siga haciendo
escuchar esta música a la gente, se mantiene viva la tradición de los
organilleros.”
“Ojalá
y este oficio no desaparezca nunca, es una tradición mexicana que debe seguir
viviendo en las calles. Sin importar el poco apoyo dado por el gobierno, todo
lo que conlleva tocar el organillo, la gente continua aportando y nos sigue sonriendo.
Esto no va a terminar nunca.”
Un organillero soporta
muchas cosas durante el día: malas caras, algunos insultos y en ocasiones no
consigue el monto requerido, pero su gusto por el instrumento no cesa, y cada
día continúa su viaje en la ciudad para sacar adelante a su familia y mantener viva
la tradición.
—Lo mejor es obtener el reconocimiento de la
gente en forma de moneda o de sonrisa, no importa, mientras sepa que siguen
apreciando lo que hago. Pienso heredarlo.
Mi hijo me ayuda y espero el continúe con este oficio.
—¿Qué es ser organillero?
—Ser
organillero es lo máximo, es representar a mi familia y a México con lo que
hago.
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